El sacrificio

La tragedia Las troyanas, de Eurípides, resulta muy útil a la hora de acercarnos a la cultura antigua de Grecia y Roma. 

Gran parte de su importancia reside en que retoma una pieza fundamental de la mitología grecorromana: la guerra de Troya. 

Más precisamente, en las páginas de Eurípides encontramos el retrato de lo que habría sido el último día del pueblo troyano que, tras perder la guerra contra el ejército aqueo, quedaría a disposición de los victoriosos griegos.

Esto se debe a que, en la Antigüedad (¿hoy no?), la guerra era un elemento crucial a la hora de definir la identidad de un individuo y, por extensión, de un pueblo. 

De esta forma, el ejército vencedor pasaba a ser el dueño absoluto del pueblo vencido, motivo por el cual tenía libre albedrío a la hora de decidir qué hacer con sus tierras y con sus sobrevivientes. Por lo general, los triunfadores se apropiaban del territorio, se repartían los bienes y tomaban posesión de las mujeres, a las que podían transformar tanto en esposas como en esclavas, puesto que eran consideradas parte del botín. 

Ellas, las esposas de ilustres guerreros, de aquellos que fueron derrotados y destruídos en la guerra, pasaron de ser reinas o princesas a esclavas, convertidas en botín de guerra como meros objetos, concubinas de los propios asesinos de su familia.

Entre las más significativas de estas mujeres, podemos nombrar a: Hécuba, Andrómaca, Casandra, Políxema, Hesíone, Briseida, Criseida y Tecmesa 

Centrándonos hoy en Casandra, podemos decir de ella:

Hija de Hécuba y Príamo, doncella, sacerdotisa de Apolo con don profético, que es su rasgo característico

Primero, durante la toma de Troya, fue violada por uno de los guerreros griegos, Ayante hijo de Oileo (el hecho se menciona en Troyanas). 

Agresión brutal a la que se añade la impiedad, pues ella en su angustiosa huida se acogió –se abrazó- a la imagen de Atenea (y doblemente impío es el acto además, dado que ella es una virgen consagrada a un dios). Pero el hombre no respetó en absoluto ni a la mujer ni a los dioses . 

Después, ya cautiva entre las otras troyanas, es elegida por Agamenón como botín de guerra para ser su concubina. 

La reacción y actitud de la joven ante esto (y la de su desconsolada madre al enterarse) nos es plasmada magníficamente en el episodio 1º de Troyana: Ella, enloquecida, en pleno delirio profético, parece –en su “furia báquica”- alegrarse y aceptar su destino; pero es porque en sus visiones alcanza a conocer el siniestro futuro que aguarda a Agamenón, así como a ella misma, unida a él ya como está sin remedio. De modo que no adopta una postura meramente pasiva ante los acontecimientos –que por su don especial sabe que son inevitables- sino que se siente vengadora y los desea en cierta manera. 

Al despedirse de Hecuba, su madre, reflexiona: “Madre […] el ilustre Agamenón va a concertar conmigo una boda más infausta que la de Helena. Voy a matarlo, voy a destruir su casa para tomar venganza de mis hermanos y padre. Dejaré lo demás: no quiero cantar un himno al hacha que va a caer sobre mi cuello y el de los demás ni a las luchas matricidas que va a suscitar mi boda, ni a la ruina total de la casa de Atreo. (Troyanas) […] ¡Ah! Tú que pareces haber llevado a cabo algo importante, conductor de los Dánaos, recibirás sepultura de mala manera y de noche, no de día. Y en cuanto a mí, me arrojarán desnuda y las torronteras de nieve fundida entregarán mi cadáver – ¡el de la sierva de Apolo!- a las fieras para banquete, cerca de la tumba de mi prometido […] ¡Adios, madre, no llores! ¡Oh amada patria y vosotros, hermanos y padre que yacéis bajo tierra, no tardaréis mucho en recibirme! Me presentaré ante vosotros como triunfadora, luego de arruinar la casa de los Atridas por quienes perecimos”. 

Por último, Casandra llega a Argos con Agamenón. Allí les espera a ambos la muerte, asesinados a manos de Clitemestra –la esposa de Agamenón- y de su amante, Egisto. Es la tragedia de Esquilo Agamenón el principal documento literario para conocer este macabro desenlace….

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