En los últimos tiempos asistimos a profundas transformaciones que cuestionan los paradigmas de género y sexualidad sobre los cuales, como humanidad, nos hemos apoyado durante siglos.
Además del desconcierto en el que nos encontramos, también surge una pregunta inevitable:
¿Cómo se originaron estos modelos que, para muchos, resultaban tan obvios y naturales que parecían ordenados por la propia naturaleza?
Al investigar este tema, descubrimos que las normas sexuales asociadas a la cultura occidental se desarrollaron durante los primeros cuatro siglos de nuestra era, coincidiendo con el surgimiento del movimiento cristiano. Este, en respuesta a la decadencia del Imperio Romano, configuró gran parte de los valores atribuidos al ser del hombre, de la mujer y de las formas vinculares.
¿De qué manera accedemos a ese conocimiento? A través de las enseñanzas contenidas en el Nuevo Testamento.
Jesús nació en los primeros años de la era común, murió en la cruz a los 33 años y predicó su doctrina, aunque no la dejó por escrito. Los Evangelios y otros textos —como las Epístolas de Pablo— que conforman el canon del Nuevo Testamento fueron redactados aproximadamente en el siglo II de nuestra era. En cambio, otros escritos, como el Evangelio de María o los Evangelios de Tomás y Felipe, fueron excluidos del canon oficial.
Resulta necesario examinar detenidamente estos evangelios que han moldeado nuestras prácticas y representaciones, y preguntarnos, por ejemplo: ¿quién los escribió y para quién? ¿Qué efectos se buscaban al difundir ciertos relatos y silenciar otros?
La intención de esta presentación es comenzar a reflexionar sobre estas cuestiones y abrir un espacio de análisis crítico en torno a las raíces de nuestros modelos de género y sexualidad.

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